
A lo largo de la vida a veces nos puede dar miedo abrir bien los ojos, porque, bueno, que pasaría si cuando nos animamos a abrirlos vemos que todo está de cabeza? Eso es lo que en realidad nos pasa, le tenemos miedo a los cambios. Uno a veces cierra los ojos bien fuerte, como si al hacerlo fueran a
desaparecer todos los problemas. Uno se hace el juego del loco, como si el
dolor que se siente no existiera. Uno detesta y ama a esa persona, o a ese
espejo, que te canta todas las verdades. Uno detesta y ama a quien te abre los
ojos. Abrir los ojos puede tener un sabor agridulce para todos. Por un lado, la magia se pierde; pero, por otro lado, nos saca del engaño. A veces lo que
tenemos que ver es tan horrible que preferimos hacernos de la vista gorda y vivir escondidos en una cajita de cristal; otras veces la
cajita se rompe, y no nos queda otra más que abrir los ojos y mirar lo que no
queremos ver. Y así, sentimos que el corazón se nos arruga como una pasa y nos quedamos
sin aire, nos ahogamos. Duele abrir los ojos, es como cuando sales de la oscuridad
y la luz te enceguece. Hay frases que nos impulsan a no querer ver lo que tanto miedo nos da, total “Ojos que no ven, corazón que no siente”, o es preferible optar por mirar para otro horizonte y fingir que todo está perfecto. Muchas veces preferimos esconder la cabeza en la tierra como un avestruz. Pero, para que algo cambie hay que romper nuestra cajita de cristal, salir a la luz, romper la
burbuja… tenemos que dejar de ser cobardes y abrir los ojos, animarnos a ver, aunque lo que nos toque para ver nos haga trizas el corazón.
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