
Cuando alguien te dice “Ya no llores, olvídate”
no es un gran consejo. Cuando sentimos ganas de llorar, simplemente debemos
llorar. Debemos llorar todo ese dolor que está dentro, llorar la tristeza, las
tragedias, llorarlo todo. Llorar todo el dolor, botarlo fuera de nosotros,
sacarlo, porque ese dolor ocupa un lugar de la alegría, del amor. Cuando
lloramos no solo lloramos lo que nos duele, también lloramos el odio guardado,
el resentimiento, la frustración. Nos liberamos de todo eso. Cuando lloramos
regamos y tal vez algo florezca de todo eso. Porque cada lágrima nos trae una
enseñanza, cada lágrima es una parte de nosotros que muere, cada lágrima es
algo que quiere renacer dentro de uno. Y una vez que lo hayamos llorado todo,
comprenderemos que las cosas simplemente son como son, y no por eso tienen que ser
malas.
Las cosas son como son, tristes, bellas,
duras, inexplicables, complicadas. En la vida nos encontraremos de todo, obstáculos,
alegrías, tristezas, percances, sin sabores. Si quieres llorar, hazlo, ese es
mi consejo, llora mucho; pero luego ríe, porque aun habiendo llorado un lustro,
la esperanza tiene que mantenerse viva.
Llora todo el tiempo que esperaste y
sigues esperando, pero ríe sabiendo lo que vendrá.
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